Beditas seas, Materia mortal, tu que, disociándote un día en nosotros, nos introducirás, por fuerza, en el corazón mismo de lo que es. Sin ti, Materia, sin tus ataques, sin tus arranques, viviríamos inertes, estancados, pueriles, ignorantes de nostoros mismos y de Dios. Tu que castigas y que curas, tu que resistes y que cedes, tu que trastruecas y que construyes, tu que encadenas y que liberas (...), yo te bendigo.

(Teilhard de Chardin)




Muchas veces habrán leído en este foro y otros sobre mi adhesión a la idea de lo que yo llamé la “espiritualidad de la materia”, esto es, concebir la espiritualidad como parte intrínseca del mundo material. Esta noción, para nada novedosa, se inspiraba en un panteísmo intuitivo (sin haber leído a Spinoza siquiera) al que me sumaba allá por los 16 años cuando descubría que no había una sola manera de concebir a “lo Divino” y aquella inolvidable frase de Carl Sagan “somos polvo de estrellas” (en su exitosa serie de divulgación científica 'Cosmos'), me despertaba definitivamente de la dicotomía monoteísta. “Creer o no creer” ya no era mi problema. El tema era definir más bien en qué creía. Esta noción que sin duda fui construyendo a partir de entonces ... y a través de los años, los encuentros, las experiencias y las lecturas, coincide de manera muy curiosa con las ideas que esboza André Comte-Sponville en su libro de divulgación filosófica, “El alma del Ateísmo”.

¿Por qué el ateísmo?

Anima al autor la vocación de defender racionalmente su ateísmo revisando las pruebas históricas en favor de la existencia de dios. Probablemente algunas de estas razones podrían hacer sonreír al creyente. El argumento de Pascal a favor de la fe, por ejemplo, alguien me lo presentó alguna vez a propósito de mi “ateísmo rebelde” de otras épocas... y no tengo más que decir que me sigue pareciendo tan brillante como entonces:

“Desde el momento en que se da una probabilidad no nula de ganar, una probabilidad no infinita de perder (la existencia de Dios es posible) y una desviación infinita entre lo que se apuesta y la ganancia, no cabe la menor duda: evidentemente, hay que apostar a que Dios exista” Compte-Sponville (2006) pp.- 136

Pero sin embargo, la decisión de apostar (bien lo saben los jugadores) no suele pertenecer al dominio de las probabilidades sino más bien de las corazonadas. Y en esta línea, concluye el autor sin más: “La religión es un derecho. Y la irreligión también” pp.- 141

Los riesgos del ateísmo

Señalará no obstante el autor que los riesgos del ateísmo no son menores. Por un lado acecha la sofística: el todo vale, la falta de rumbo. Y por el otro extremo, el nihilismo: el nada vale, el abismo en picada. En lo personal, creo que en general, falta mucho camino por recorrer a los laicos de estirpe atea o agnóstica. Esto se percibe en las instituciones, en los grupos, en los proyectos. Mi experiencia de vida en sociedad me lleva a pensar que el pasaje a la espiritualidad partiendo de la irreligiosidad es una rara excepción en las personas. Al menos en estos tiempos... quizá esto vaya a ser más frecuente algún día. Por el momento esta encrucijada rebota en todos las esquinas de la humanidad.

Pero sin duda hay una salida (no por previsible menos valiosa). Comte-Sponville la relatará a la luz de experiencia individual.

¿Han tenido alguna vez una experiencia mística?

Comte-Sponville, proviene de una formación filosófica occidental y religiosa católica. Su preocupación por este tema es muy trasparente: el autor observa en el retorno a lo religioso propio de estos tiempos, un nada desdeñable riesgo de intolerancia y dogmatismo. En efecto, analizará el sentido de cohesión social y pertenencia que juega en el ámbito de las comunidades religiosas un papel muy relevante, marcando así una diferencia conceptual entre la espiritualidad y religión. Finalmente arribará a la idea de que lo religioso no necesariamente es requisito indispensable para la espiritualidad, ya que la vida espiritual puede alcanzarse sin ser creyente, al menos, sin serlo en términos tradicionales. Es muy interesante en este sentido una salvedad que propone respecto a una fidelidad sin fe: adherir a la probabilidad de que dios no exista, no supone en absoluto renunciar a los valores sostenidos por una tradición religiosa en particular. Postula así la aparente paradoja de un “cristianismo ateo”.

Pero el autor avanza aún más. ¿Han tenido alguna vez una experiencia mística? Digamos, esa sensación de unidad con el todo, esa vivencia de la eternidad como el “Todo está Aquí y yo soy parte de Esto”? Comte-Sponville expresa que este tipo de experiencias no tienen que ver con lo religioso y destaca su dimensión naturalista. Para sostener esta idea, realizará una definición restringida de algunos términos (el más cuestionable de todos sea quizá, el que limite la concepción de Dios a un teísmo trascendente al estilo del monoteísmo occidental). Observaciones a margen, desde este punto de vista, una noción de la divinidad inmanente a la oriental, quedaría por fuera de lo que Comte-Sponville llama “creencia religiosa”.

En efecto, para el autor, mística y religión son dos términos que suelen relacionarse entre sí con bastante ligereza. Si la mística, requiere una concepción inmanente de la divinidad, resulta incompatible con el teísmo trascendental que caracteriza a las religiones occidentales. En esta línea citará al jesuita Lubac: “En su último estadio de realización, el misticismo natural, convertido en naturalista, sería un 'misticismo puro'; en el límite, al no reconocer ya ningún objeto, sería de alguna manera la intuición mística hipostasiada: lo que nos parece la forma más profunda del ateísmo” pp.- 196

Se propone así una espiritualidad basada en un concepto inmanente del Absoluto. En este sentido, el misticismo tendría que sostenerse necesariamente en el ateísmo (siempre pensando en un dios trascendente) porque de hecho, si la naturaleza ES, entonces, nada puede escapar a ella, ni siquiera Dios, ni siquiera nosotros mismos. Desaparece la dualidad entre lo que uno es y lo que piensa, desaparece la frontera entre el sujeto y el objeto, desaparece el tiempo porque todo es un presente eterno... el instante místico simplemente ES, y nos envuelve en el sentimiento infinito de la gota de agua que se funde en el océano: “El espíritu no es la causa de la naturaleza. Es su resultado más interesante, el más espectacular y el más prometedor, porque el interés, el espectáculo, solo existen para él.” pp.147

El autor opina, y coincido, que quien alguna vez haya experimentado esta sensación oceánica, difícilmente caiga en las trampas del nihilismo o menos aún, de la sofística. Porque se trata, en pocas palabras, de celebrar el misterio del SER, lo cual tiene sentido en sí mismo. Resulta oportuna entonces la cita de Wittgenstein“La solución del enigma es que no hay enigma”.

Preguntas finales

No me preocupa definir si esta suerte de panteísmo naturalista es o no una forma de religión. Es claro que no lo es en el sentido social del término. Pero por cierto, esta forma de espiritualidad es, en todo caso, un camino muy intelectual y solitario. Me pregunto más bien si con estas limitaciones, una espiritualidad atea podrá llegar a madurar e instalarse socialmente en términos masivos o si será por siempre una opción sofisticada para almas inquietas y sensibles... lo que sin duda me lleva también a preguntarme si la reivindicación del dogmatismo no será el plan más probable para una humanidad confundida por el temor a lo diferente.

por Graciela Paula Caldeiro