Según un artículo publicado hoy por LNOL, el antropólogo inglés Daniel Miller afirma más o menos explícitamente que es un lugar común considerar el consumismo como sinónimo de frivolidad, o incluso como algo alejado del interés por el otro. Agrega además, que es un mito creer que las sociedades occidentales desarrolladas son, en este sentido, más “materialistas” que las que las sociedades "primitivas". Sostiene por el contrario que los pueblos en estado tribal son tan materialistas como cualquier otro, solo que tal vez no tienen qué consumir o que desear. Esto me recordó sin dudas a aquella comedia “The gods must be crazy” en la que alguien arrojaba una botella de Coca-Cola vacía desde un avión. La botella caía sobre un tribu de bosquimanos que vivía aislada en el desierto de Kalahari. El curioso objeto se transformaba en un algo codiciado por todos, por lo cual acaba siendo motivo de numerosos conflictos internos. Finalmente los bosquimanos deciden deshacerse del extraño objeto "enviado por los dioses" que causara tanta discordia y lo arrojan al vacío en los confines del mundo. La moraleja es evidente: basta conocer lo que es bueno para desearlo.
En esa misma línea, señala el autor, en aldeas carenciadas de la India, una familia invierte lo que no tiene en una fiesta de bodas, evento que sin duda me recuerda a la “Fiesta de 15”, increíble gasto que he visto, doy fe, más entre las familias que no tienen que entre las que tienen por demás. Sin duda, la dimensión simbólica que le otorgan al festejo, por irracional y absurdo que nos pueda parecer, tiene su sentido para ellos y no precisamente se trata de algo vano o superficial.¿Quizá la dicotomía entre ser o tener, no sea tan dicotómica a fin de cuentas?
Por mi parte, no siento afinidad alguna con los shoppping centers, ni con los objetos de consumo de moda (excpeto que sean celulares o notebooks ;-) ), pero coincido sin embargo con la idea central que destaca Miller, la compra de objetos pensando en el otro: “...si uno mira las horas que pasa una madre buscando exactamente las cosas que sus chicos necesitan para estar a la par de sus compañeritos en la escuela, desde los botones de la ropa hasta las galletitas que llevan al recreo, está, claramente, demostrando su amor por ellos.” A este fenómeno Miller lo llama “tecnología del amor” y, por mi parte creo que, con ligeras variantes, dedicar tiempo y recursos a comprar para los otros es, sin duda, una manera de expresar afecto y amor ¿quién podría dudarlo?
Ahora bien ¿qué sucede cuando no se tiene o no se puede tener lo que se desea?¿Somos capaces tolerar el deseo insatisfecho por objetos de consumo sin que ello nos haga sentir fracasados o infelices? ¿Hasta que punto la sociedad en la que vivimos no alienta hasta lo absurdo nuestros instintos más egoístas y superfluos?