When I get older, losing my hair,

many years from now,

Will you still be sending me a Valentine,

birthday greetings, bottle of wine?

If I'd been out 'till quarter to three,

would you lock the door?

Will you still need me,

will you still feed me,

When I´m 64

Lennon-McCartney

La belleza de las arrugas

Un conocido me contó una vez de cierta persona de la cual se “sospechaba” se había hecho un implante capilar. Por razones desconocidas, esa persona había decidió invertir tiempo, ahorros y riesgos en sembrar cabellos sobre su incipiente calvicie. A lo mejor, este hombre creía que cual Sanzón, su fuerza dependía secretamente de la voluptuosidad de su cabellera. Lo gracioso es que el hombre de esta historia nunca admitió que se había hecho un implante. Su coartada fue decir que se había golpeado a causa de un balcón que había caído no sé cómo ni de qué manera absurda en el mismo lugar que tenía la cicatriz. La mentira quedaba en evidencia y generaba guiños de compasión a sus espaldas.

Tenía una compañera de trabajo que tenía una nariz casi tan fea como la mía. O más fea, me parece, puesto que mi nariz a pesar de ser horrible nunca me trajo problemas estéticos. Mi compañera era una chica realmente linda y la nariz la afeaba. Porque la nariz la ubicaba en categoría de mina “interesante”. Después de la operación elevó su jerarquía a “diosa” y nadie parecía recordar su ex-nariz. Y el tema nunca se mencionaba, como si el pasado narigón fuese un tabú. Así, muy favorecida por la cirujía estética (que incluso había conseguido hacerse sin pagar en un hospital público) la niña consiguió rápidamente no solo un nuevo status de belleza sino también un novio con el que se casó.El absoluto éxito de la intervención plástica, me llevó a valorar con asombro la extraordinaria función social de los hospitales de la ciudad de Buenos Aires, siempre al servicio de los más necesitados.

Tengo además, varias historias de chicas y no tan chicas que agrandaron sus senos (o los levantaron un poquitín) para parecer más sexys algunas y más jóvenes otras. Otras quizá para no tener que usar corpiño (que cosa tan incómoda). En el gimnasio las ves cuando se cambian. Lo realmente interesante es el discurso autojustificador: algunas expresan su necesidad de combatir las secuelas de los embarazos y la lactancia, mientras que otras evidentemente solo anhelan competir con sus hijas adolescentes. Pero muchas otras, creo que las más, solo son víctimas más o menos conscientes de lo que la moda impone y el mercado factura... y me parece correcto. De algo tienen que vivir los cirujanos plásticos.

Tengo que ser honesta, en general no conozco intervenciones estéticas desafortunadas (que todo tendrá su riesgo, seguramente), lo máximo que puedo decir respectos de estas "transformaciones" es que me resultan risueñas. Porque creo que pese a estar tan de moda, recurrir al cirujano para corregir lo que la naturaleza no dió o el tiempo se llevó, resulta, por lo menos, pudoroso. Y de hecho, la aspiración de “naturalidad” es decir “que se note lo menos posible” es una demanda frecuente a juzgar por los comentarios que se escuchan por ahí. No solo hay que animarse, hay que justificarse y cuando no, hacer comentarios autocínicos para cubrirse (cosas como: “las lolas son mías porque las pagué, ja ja”) o directamente, mucho más cobarde, negarlo (“lifting? Nooo, es que tomo dos litros de agua por día. En serio!!”).

¿Estoy en contra de las cirujías? No, en realidad, no. Porque pienso que limitar los casos de “estética artificial” a los implantes capilares y a las cirujías plásticas es un tanto injusto, cuando no limitado. Si hacemos una revisión más amplia del asunto, veremos que deberíamos incluir en el mismo tópico, prótesis dentarias ¿quien no tiene aunque sea una corona de porcelana sobre algún conducto?, colágeno en los labios, extensiones para el cabello, tinturas, lentes de contacto de color, camas solares, baños de crema, peeling, baños ozonizantes, lifting, uñas esculpidas... recursos estéticos bastante accesibles para cualquiera (a veces efectivos, otras tantas mentiras peligrosas) que nos convierten en algo así como ahogados que manotean frente al paso inexorable del tiempo. La vida se ha hecho larga sobre la tierra, hay cada vez más ancianos y por supuesto, lo que no abunda es la juventud (al menos en el mundo desarrollado y “casi desarrollado”). A lo mejor por eso, pensaba, le rendimos tanto culto.

Estoy cerca de los cuarenta. Tengo unas cuantas canas y trato de disimularlas aclarando mi pelo con agua oxigenada. Pronto estaré tan rubia como mi hija, o como lo era yo misma a los doce años. Veo con asombro (porque a hasta esta edad uno considera que envejecer es algo que le pasa a los otros) como asoman mis primeras arrugas de expresión porque sé que llegaron para quedarse. Pero pese a todo, hasta ahora he sido (y sigo siendo) una firme militante de la belleza “al natural”. O de la fealdad natural, me da igual.

Así, siempre pensé que uno es como nació, y que el juego de la vida se juega con las cartas que te tocaron. Pero honestamente me pregunto si en este contexto, en cuanto la imagen que me devuelva el espejo ya no me guste, no cambiaré de opinión. ¿Hallaré tan bellas mi arrugas como las mañas que la experiencia deja? ¿Tomaré las señales de decadencia en el cuerpo como inequívocas marcas indicadoras de que los años no han pasado por mí en vano? ¿Seré realmente tan sabia como aspiro al envejecer? Más vale que no critique a nadie. Nunca se sabe.

por Graciela Paula Caldeiro