Al igual que André Comte-Sponville y Michael Onfray, Luc Ferry se encuentra también en la línea de una nueva generación de filósofos que (digamosló en pocas palabras) “están de vuelta” del descontructivismo y artificios equivalentes que llevaron a la filosofía demasiado lejos de su sentido vital (ser parte inseparable de las necesidades humanas). Estos autores, escritores de sucesos editoriales, buscan devolver la filosofía a sus orígenes haciendo un paréntesis entre las exigencias formales de los círculos académicos, esta vez, sincerando el discurso y acortando distancias innecesarias. Así, volviendo a colocar a la filosofía al alcance de todos los interesados (especialistas y profanos), se presenta un renovado desafío: responder las mismas preguntas de siempre, pero aquí y ahora, en este mundo que tanto ha cambiado.
En una entrevista publicada en ADN Cultura Ferry revisa algunos de los lugares comunes que suelen afirmarse respecto a las causas del racionalismo moderno, explicado tantas veces como la necesidad de cuestionar las tradiciones o por el mero avance del espíritu crítico. Observa, en este sentido, que hay una causa mucho más profunda:
La historia de Europa, de los Estados Unidos y de América Latina fue marcada por lo que Thomas Weber llamó "el desencanto del hombre" (el alejamiento de Dios), no solo por el desarrollo del espíritu crítico, sino por una consecuencia inesperada de la aparición del capitalismo en los siglos XVIII y XIX: entre otras cosas, el capitalismo fue el inventor del matrimonio por amor y del amor familiar. En la Europa medieval y campesina, la gente vivía en pueblos, en comunidades rurales y religiosas, donde había un cura y estrictos ritos religiosos. Cuando el capitalismo inventó el asalariado, no imaginó el efecto concreto que tendría en la historia del mundo: los pequeños individuos dejaron sus comunidades de origen para ir a trabajar a la ciudad y, al mismo tiempo, se emanciparon del peso de la tradición y de la religión, y adquirieron una formidable libertad. Todo eso, gracias a esa enorme autonomía financiera -aunque escasa-, por primera vez en la historia. (...) hasta ese momento, los casamientos eran arreglados por los padres, por el cura o por la comunidad. La condición del hombre moderno está estrechamente ligada a ese fenómeno. Ese es el momento de la invención del "matrimonio por amor", que es una institución reciente, una institución que aún no existe en la mayor parte de los países del mundo, donde todavía se casa a los jóvenes por la fuerza.
Y agrega además:
Si uno impone el casamiento por amor, cuando este desaparece, es necesario divorciarse. Con la aparición del capitalismo, para casarse dejó de contar el linaje, el patrimonio, la economía. Lo único importante es el amor, el sentimiento. Ese matrimonio por amor va a hacer aparecer dos cosas desconocidas hasta ese momento: un amor desmesurado por los hijos y el alejamiento del hecho religioso.
Así, consistentemente con lo que señalan algunos historiadores en relación al concepto de infancia, irreconocible antes de la modernidad, el amor por los hijos, sería una consecuencia del amor matrimonial, amor que se traslada a los hijos, que pasan a ser los protagonistas indiscutibles de nuestra vida afectiva.
Ahora bien, por mi parte, creo que esta idea entra en conflicto con el instinto innato de proteger a los hijos, que son, en términos biológicos, la reserva de nuestro patrimonio genético, nuestro seguro de inmortalidad y perdurabilidad. ¿Los amamos por mandato biológico de nuestra especie o por instrucción precisa de nuestro contexto cultural?