Descartes dudaba tanto que hizo de la duda un método, pero no pudo dudar de su dudar. Entonces llegó a una certeza, a un axioma-piedra fundamental.Siempre ví que la trampa del racionalismo cartesiano es un dogmatismo disfrazado de escepticismo.
¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de dudas?
Creo que algunas veces cuando hablamos en este foro sobre dudas y certezas, mezclamos algunos niveles de discusión.
La primera, es la duda gnoselógica, o digamos, “intelectual”... me gusta definirla como un discreto escepticismo que nos hace cautelosos y analíticos. Esta duda se resuelve con una etiqueta de agnóstico, lo cual nos da un lugar en el mundo... ¿o no? Autodenominarnos agnósticos es una suerte de certeza, pero bueno, tampoco pretendo hilar tan fino... sigamos...
Si hacemos algo más que pensar y somos consecuentes con esta duda, pasamos a un segundo nivel. La duda nos recordará a cada hora que no vivimos en un mundo absolutamente predecible. Que somos incapaces de controlar las variables que caen fuera de la esfera de nuestra voluntad, que no tenemos ninguna seguridad respecto al pasado (porque podemos haber olvidado o ignorado) ni respecto al presente (porque se va de nuestras manos y no podemos atraparlo) y tampoco (mucho más obvio aún), en relación al futuro.
Pero creo que este este razonamiento aunque me resulta sumamente simpático desde su fundamentalismo metafísico, no se corresponde con la realidad. ¿Por qué? La vida está llena de certezas prácticas. Pequeñas certezas cotidianas que nos dicen que el sol sale por el este, y que con su luz, las cosas se verán más claras. Certezas que construyen el delicioso equilibrio en la cuerda floja de nuestro circo personal. Algunas de estas certezas son convicciones internas, que aunque transitorias, pueden definir la estructura de nuestra confianza y nuestra seguridad. Podemos equivocarnos y asumimos el riesgo, si somos prudentes. Pero confiamos en nuestras certezas intuitivas, de lo contrario, el único camino consecuente sería la aphasía, y desde ya, sabemos que no sería razonable.
Pero parece como que existen diferentes niveles de apego a estas certezas intuitivas. Cuando este nivel de apego es importante, es posible que uno sienta una seguridad tan gratificante que, permitirse la duda al menos como una posible hipótesis para la modificación de una certeza arraigada, supondría un desgaste de alto impacto, resultando definitivamente una mejor opción el conservar el status quo. Creo que optamos a menudo por no cambiar de idea no tanto por convicción como por comodidad. Así como también, sospecho que cuando modificamos con demasiada frecuencia nuestras convicciones nos mueve más el aburrimiento que la curiosidad.
Buscamos certezas y, en alguna medida, las encontramos. Hacemos contratos a veces pasajeros, a veces a largo plazo... compramos un modo de pensar y actuamos en consecuencia. Nos adaptamos al mundo según el mapa de nuestras convicciones. Y nos quedamos en ahí sin movernos, si estamos bien así, o no tanto... pero somos lo suficientemente cómodos... o vivimos buscando la tierra prometida aun sabiendo que no la hemos de encontrar, simplemente porque nada nos completa, porque nos aburre la monotonía.
Yo sospecho en esta línea, como dije tantas otras veces, que el fondo, la fe (definida en estos términos, como un mayor apego a las certezas) o el escepticismo (como la búsqueda por la búsqueda misma), están signados por la herencia genética y forman parte de nuestro temperamento.
¿Uds. que piensan?