Listen,
Do you want to know a secret?
Do you promise not to tell ...
(Lennon-McCartney)
Todo secreto tiene cierto halo de sagrado. Sobre todo cuando es uno el que lo guarda. ¿Pero no sería el secreto además una forma de mentira sutil, una apología de lo oculto, de lo negado?
La imagen del secreto nos remite sin duda a la cultura de elite: el poder que da el conocimiento, atesorado en manos de unos pocos asegura la continuidad del status quo. Aunque por cierto, el secreto tiene además, la facultad de generar lazos fuertes entre los que pactan no revelar algo... del mismo modo, quebrar un secreto es una forma de traición. Alguien que no sabe guardar secretos, no es digno de confianza. El secreto coquetea con la mentira porque no revelarlo en ocasiones exige negar la verdad, pero también derecho a la intimidad, la libertad de elegir no solo lo que digo sino también, lo que decido callar.
Así tenemos el secreto de estado, agentes secretos, pactos secretos, códigos secretos, fórmulas secretas, secretos de cocina, secreto de sumario, secreto de confesión, secreto profesional, secretos entre amigos... secretos a voces... contraseñas y candados.
Por supuesto cabe preguntarnos en qué medida un secreto es bueno o malo. Si la virtud de ser un buen guardador de secretos no me eleva simultánemanete a la categoría de mezquino, o si mi incapacidad para guardarlos me rebaja a la de cobarde.
¿Saben guardar secretos? ¿O más bien prefiren que nada haya que ocultar?