Digamos que Michael Foucault no goza de mi simpatía. Sus panópticas apreciaciones siempre me parecieron levemente paranoicas: vigilancia, ortopedia social, parecían expresiones inspiradas en una pesadilla orwelliana más que en las formas de la realidad. He considerado con frecuencia que la comunicación y la tecnología son liberadoras y constructoras... Sin embargo, me pregunto si no estaremos viviendo una suerte de libertad aparente...

Un artículo publicado en LNOL afirma que: “Según el documento, producido por un grupo de académicos agrupados en Surveillance Studies Network, Gran Bretaña cuenta con 4,2 millones de cámaras de televisión de circuito cerrado (CCTV), una por cada 14 habitantes. En promedio, por día, un británico es captado por 300 cámaras. La proliferación de las CCTV comenzó en la última década cuando, hacia 1996, en el Reino Unido había unos 300.000 dispositivos, que pasaron a 2 millones en 2004.”

Pero no hace falta ir tan lejos... salgo de mi casa, en la subdesarrollada Buenos Aires y sumo: la cámara de seguridad en mi edificio, luego, en el cajero automático, en el minimercado de la estación de servicio, en el club, en el supermercado, en el McDonalds... y al final, en el aula... los celulares de mis alumnos pueden dispararse en cualquier momento y me convierten sin mucho trámite en protagonista de un escándalo on line sin que uno tenga mucha manera de defenderse... y ya perdí la cuenta. Es curioso, pero lo que nos proteje, y hasta nos divierte, también parece amenazarnos, sospechosamente.

¿Estaremos los humanos a la altura de los avances tecnológicos? ¿Es posible alcanzar colectivamente un equilibrio entre el poder y el deber? ¿Dónde sobrevive la frontera entre el derecho a la intimidad, la seguridad... y la exposición pública?

por Graciela Paula Caldeiro