Resulta al menos perturbador ver a una mujer relativamente joven dividéndose en varias personas para cumplir con todo lo que hoy se espera de ella. Atender el hogar, como lo hacían nuestras madres y abuelas, criando a los niños - los propios y cuando no también los de su pareja-. Y corriendo todo el día, para hablar con la maestra, hacer las compras, llevar a los chicos al pediatra. Pero además trabajar fuera de casa, con toda la presión que ello implica, porque es mejor ser independiente... o quizá porque no alcanza. ¿Y no vas al gimnasio? Porque además hay que estar divinas y a los 40 parecer de 30, en la medida de lo posible. Bueno, y si no te alcanza para pagar la cuota del gimnasio podés salir a correr los domingos por la mañana, antes de que tus hijos despierten y tengas que prepararles el desayuno... Es cierto, hoy un lavarropas ahorra mucho tiempo. También el freezer y el microondas. Ya no tenemos que lavar las sábanas a mano y los pañales hace décadas que son descartables... ¡el progreso son bendice!

¿Esa es la liberación femenina? ¿o acaso nos hemos liberado de la libertad?

Una conocida, madre primeriza añosa, de las que se tomaron su tiempo, cansada de correr para todo sola y sin pareja estable, aburrida y arrepentida de sus elecciones “feministas”, me decía el otro día que la liberación femenina era una gran mentira... que había que volver a los valores tradicionales... al menos, así era posible ver el tiempo pasar y disfrutar de la vida...

Lo admito, creo que la conocida en cuestión estaba en crisis y no tiene sentido hacer generalizaciones. Pero tarde a temprano a las feministas  les pesa la soledad. Y por eso, algo de verdad había en su lamento. Una cosa es que las mujeres tengan posibilidad de elegir ... la igualdad de oportunidades. Pero otra muy distinta es la realidad de la mujer de clase media, en una sociedad relativamente "tradicional" como la nuestra, en donde tiene el doble de trabajo, al mismo precio de siempre. Y claro, ahora sin derecho a quejarse... porque se supone que ha sido libre.

por Graciela Paula Caldeiro