Tributo a la fealdad

En el último número de ADNCultura, nos entrega un adelanto sobre el nuevo trabajo de Umberto Eco, Historia de la feladad. Como en parte ya adelantara en su magnífica Historia de la Belleza, en donde hablará deliciosamente de la belleza de los monstruos, Eco se pregunta ahora si la historia de la fealdad puede ser acaso un contrapunto simétrico.

Efectivamente, asi como podríamos pensar en una belleza “natural” y una “artificial”, creada esta última por la capacidad del hombre para transformar la realidad, la fealdad "natural", podríamos reconocerla en todo aquello que nos resulta culturalmente o biológicamente desagradable:

“una cosa es reaccionar pasionalmente al disgusto que nos provoca un insecto viscoso o un fruto podrido y otra es decir que una persona es desproporcionada o que un retrato es feo en el sentido de que está mal hecho (la fealdad artística es una fealdad formal). Y respecto a la fealdad artística, recordemos que en casi todas las teorías estéticas, al menos desde Grecia hasta nuestros días, se ha reconocido que cualquier forma de fealdad puede ser redimida por una representación artística fiel y eficaz. Aristóteles ( Poética , 1448b) habla de la posibilidad de realizar lo bello imitando con maestría lo que es repelente, y Plutarco ( De audiendis poetis ) nos dice que en la representación artística lo feo imitado sigue siendo feo, pero recibe como una reverberación de belleza procedente de la maestría del artista. “

Por mi parte, más alla de esta capacidad redentora de lo artístico para convertir una fealdad natural en una belleza artificial y de la subjetividad propia de toda apreciación estética, lo feo en sí mismo tiene la utilidad cósmica de crear belleza. Al menos en el sentido en que necesitamos lo feo para reconocer lo bello. Una especie de tributo compensatorio, de equilibrio imprescindible.

¿Qué cosas encuentran necesariamente feas? Yo encuentro feas, muy feas, las voces disfónicas, los colores apagados, los rituales de la muerte, los olores nauseabundos, el ruido caótico de la ciudad y ciertos discursos vacuos como la charla social sin contenido.

por Graciela Paula Caldeiro