Mientras tanto, observaba y tomaba nota mental de lo que veía; me pareció que todos aquellos cálculos que algunos jugadores juzgan como de mayor importancia, en verdad no significan gran cosa. Se sientan con papeles llenos de cifras, toman notas con aciertos, hacen cuentas, deducen las probabilidades, calculan, y después de haberlo estudiado todo minuciosamente, por fin se deciden a realizar sus apuestas y pierden igual que nosotros, simples mortales, que jugamos sin valernos de tales cálculos.
Dostoievski, El Jugador
Dos personas se encuentran veinte años después a miles de kilómetros de distancia, habían asistido a la misma escuela, habían tenido a los mismo maestros. Alguien celebra su cumpleaños el mismo día que otro alguien. Coincidí con él en la misma esquina, de las tantas que existen en Buenos Aires. Y esperábamos por el mismo semáforo, exactamente en las mismas coordenadas, y no lo habíamos planeado.
Muchas veces decimos que no creemos en el destino, porque resulta irracional. De hecho, si el tiempo fluye desde el pasado hacia el presente y desde el presente al futuro, nada parecería indicar que desde el futuro se teje un plan. ¿Pero si no podemos saber con certeza como caerán los dados? ¿cuál es la diferencia? Azar y destino son, en la práctica, caras de una misma moneda.
Creer en el destino es una forma de defenderse frente a la angustia de lo impredecible. Es tentador imaginar que el azar tiene significados y propósitos. Incluso el propósito de manipularnos con la absurda carencia de sentido. O, mucho más peligroso, con su registro histórico, la estadística. Las leyes de la probabilidades ¿son solo un sofisticado placebo? Mala suerte, buena suerte. La incertidumbre es lo que prevalece. A veces sospecho que nuestra libertad es una ilusión demasiado vanidosa.