Lou Marinoff es un profesor de filosofia en el City College de Nueva York que tuvo el atrevimiento de escribir un atractivo libro de divulgación. Su estilo “best seller” tal vez resulte algo incómodo para el público intelectual, pero no lo perdamos de vista: no es a los intelectuales a quiénes se dirige. Como sea, la idea central de su libro es explicar a los profanos cómo y por qué la filosofía está en alza: “los cafés filosóficos estarían devolviendo a la filosofía a su cometido original de proporcionar alimento al pensamiento de las personas de la vida cotidiana, animándolas a profundizar en su vida.” Y así, cuenta su experiencia no solo como asesor filosófico sino también como moderador de grupos de intercambio filosófico abiertos al público en general.
Es bastante probable que para Marinoff sea realmente una ofensa que su libro sea ubicado dentro de la cateogoría “autoayuda”, pero en rigor, yo creo que justamente lo que él propone es simplemente eso... aunque por cierto, se trata esta vez de volver a las fuentes, de buscar la sintonía con los grandes pensadores que quizá alguna vez se plantearon las mismas preguntas que nosotros, de hallar eco (y placer) en el diálogo inteligente, sutil, profundo. Efectivamente, clava el puñal con maestría: “si a ud. le basta con la cultura sensacionalista (bustos parlantes en televisión, películas superficiales, libros inmediatos, vidas desechables) tiene preparada una dieta para no pensar, lista para su consumo diario. Pero si busca algo más, tiene que investigar mucho más a fondo”.
La filosofía, en efecto, fue la primera de las ciencias y por lo tanto, a la hora de volver a las preguntas esenciales, resulta naturalmente prometedor el regresar a ella. En esta línea, y en relación a las razones por las cuales filosofar es una necesidad humana, Marinoff cuestiona con ingeniosa ironía la capacidad de las ofertas actuales, ya sea desde el campo de la psicología (no se salva ni el conductismo ni el psicoanálsis), la psiquiatría, las sugerencias de la new age... sin olvidar las estrechas perspectivas de los abogados, a la hora de dar respuestas a algunos de los “males” que nos aquejan por el simple hecho de ser humanos: crisis existenciales, angustias vitales, conflictos en las relaciones familiares y de pareja, situaciones límite, dilemas morales. Haciendo las convenientes salvedades, cita a un colega para definir el asesorameiento filosófico como una “terapia para cuerdos”.
Completan el libro un apretado pero dinámico resumen de la historia de la filosofia, con grandes ausentes (como advierte el autor antes de que lo reten), aunque lo suficientemente atractivo como para dejar en claro el potencial del saber filosofico como herramienta de crecimiento y búsqueda personal. Hacia el final, expone una marketinera (y polémica quizá) reseña de los pensadores citados a lo largo del libro que no tiene desperdicio. Por ejemplo, sobre la figura de Sócrates, señala: “Los cristianos creen que Jesús murió para redimir a la humanidad del pecado; podría afirmarse que Sócrates murió para redimir a los filósofos del desempleo.”
En síntesis, defendiendo inteligentemente su fuente de trabajo, la deliciosa sentencia de Marinoff nos convida a disfrutar de uno de los mejores pasatiempos intelectuales de la historia. Por mi parte me pregunto si efectivamente esta tendencia se instalará como una perspectiva que nos permita hallar el rumbo que hemos perdido detrás la vida vertiginosa y superficial de las grandes ciudades y la cultura de masas, o será sencillamente una costumbre snob destinada a personas de buen pasar lo suficientemente perezosas como para considerar el estudio serio y sistemático de la filosofía banalizándolo bajo el dudoso barniz de la pseudoerudicción.
¿Qué piensan uds.?